
El impulso sexual, es una cruda manifestación de la naturaleza
de nuestros cuerpos. El delicado y complejo funcionamiento de nuestra biología
y su producción hormonal son responsables de su presencia.
Podemos decir que no tenemos sexualidad, sino que” somos
sexuados” en un sentido amplio; y el hecho de ser varón o mujer, y la forma de
cómo lo hayamos aprendido a serlo, nos define de una manera diferente de ser y
estar en el mundo.
Es importante entender para desmitificar algunas falacias, que
se definen como verdades absolutas a la hora de hablar de la sexualidad de las
personas discapacitadas. En primer lugar el término “discapacitado” no debería
ser utilizado, ya que en general desvaloriza, descalifica y pone una etiqueta
de inferioridad e incapacidad generalizada.
Según la definición de la OMS, discapacidad es toda restricción
de la capacidad de realizar una actividad (por la deficiencia), dentro del
margen que se considera normal para un ser humano. Se refiere a actividades que
se espera de los individuos, como pertenecientes al género humano. Existen
diferentes tipos de discapacidades: físicas, sensoriales, viscerales, y
mentales.
Nos referiremos a las mentales. Hay muchos tópicos para tratar,
ya que resulta muy difícil generalizar conceptos, en los cuales se puedan
encuadrar los diferentes casos.

El concepto que la discapacidad en cualquiera de sus
variaciones, no debe privar a los varones y las mujeres de cualquier condición,
del “derecho humano” de gozar de una sexualidad placentera y responsable
adaptada a las posibilidades y capacidades de cada uno.
El respeto, la aceptación de las personas por lo que son y por
los valores espirituales y afectivos que poseen (y no exclusivamente por las
virtudes y destrezas físicas o intelectuales), debería ser el marco de una sana
educación sexual. Educación, en la cual pudiéramos enseñarles a nuestros hijos,
a querer, aceptar, y cuidar nuestro cuerpo y el de los demás, respetando y
aceptando las diferencias individuales.
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